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Redes sociales. ¿De verdad podemos hablar de hiperconectividad?

Existen muchas redes sociales, aplicaciones, aparatos inteligentes. Pero, ¿realmente sirven para conectarnos más? Hay quienes piensan lo contrario y aseguran que, lejos de unir a sus usuarios, la hiperconexión promueve el individualismo y el aislamiento

Alrededor del mundo, el 66% de la población utiliza teléfonos móviles (5.150 millones de personas) y el 59% es usuario de Internet. Además, hay 3.960 millones de personas distribuidas en más de 100 redes sociales. La interacción casi no conoce barreras horarias ni geográficas y menos ahora, que ha sido el año del teletrabajo y las relaciones virtuales por la pandemia del coronavirus. Estamos hiperconectados y causa de ello, quizás, más aislados que nunca.

“Con las redes sociales hemos comprobado que estar más conectado no necesariamente es sinónimo de estar más acompañado o satisfecho y tampoco nos ayuda a tener mejores relaciones”, señala el investigador y psicólogo Celestino González-Fernández. Un estudio del Centro de Investigación sobre Medios, Tecnología y Salud de la Universidad de Pittsburgh reveló que los jóvenes entre 19 y 32 años que pasan dos horas o más por día conectados a redes sociales, tienen el doble de probabilidades de sentirse solos y aislados que quienes pasan menos tiempo conectados. Otro estudio de las universidades de Columbia y Northwestern reveló que le hemos dado un uso inadecuado a las redes sociales desde el principio, pues “los usuarios se esfuerzan por presentar una versión idealizada y socialmente deseable de sí mismos y no lo que realmente son, hecho que conlleva a problemas de autoestima, confianza y motivación”. “Las redes sociales no buscan que socialicemos, buscan que creamos que dependemos de ellas para socializar”, explica la socióloga y analista digital Marta Espuny Contreras.

El individualismo como producto de las redes

El mundo, que ha apostado por ser cada vez más digital, suele vender la revolución tecnológica como un punto de encuentro social, algo así como “a mayor conexión, mejor relación”. Por ejemplo, la misión de Facebook es “ofrecer a las personas el poder de crear comunidades y hacer del mundo un lugar más conectado” y la de Instagram es “crear experiencias que unan a las personas y fomenten una comunicación auténtica”. Y ambas se leen muy bien.

Pero la realidad es otra. “Las tecnologías digitales y sus industrias nos ofrecen productos globalizados, pero, a la vez, sumamente personalizados e individualizados pues las dinámicas que antes eran colectivas se están fragmentando”, asegura Espuny. La televisión ya no se ve en familia y las reuniones con amigos suelen ser interrumpidas por múltiples consultas al móvil. Ahora, a raíz de la pandemia, las que antes eran reuniones son correos electrónicos y las discusiones entre equipos de trabajo suelen hacerse a través de una plataforma de videollamada o, en el peor de los casos, por mensajería instantánea. “Esta pujante individualización choca con la definición de hiperconectividad que nos venden las redes sociales”, recalca la socióloga.

El problema del contraste entre cómo se venden y cómo funcionan las redes se refleja en los efectos negativos de la sobreutilización de estas herramientas. “En la terapia psicológica cada vez son más comunes este tipo de perfiles influenciados por el uso de la tecnología y que presentan síntomas de adicción, aislamiento y deterioro de sus relaciones personales”, reconoce el psicólogo. González señala el resentimiento del lenguaje verbal y no verbal, el declive de la proxémica —la relación espacial entre personas como manifestación social y significante— y la falta de calidad en la escritura como efectos típicos y comunes en las personas que, paradójicamente, por estar enganchadas a las redes sociales han descuidado sus habilidades comunicativas.

2021: Soledad y tristeza, pandemia y ‘centennials’

Para los expertos consultados, el 2021 se vislumbra entre la soledad y tristeza —potenciadas por los efectos del confinamiento— y el auge de la generación Z. El profesor de investigación sobre medios interactivos de la Escuela Superior de Ámsterdam, Geert Lovink resalta la tristeza como la variable más potente relacionada al individualismo derivado de las redes. En su libro Tristes por diseño, Lovink sugiere que “la tristeza es ahora un problema de diseño” y que “los altos y bajos de la melancolía están codificados dentro de las plataformas de redes sociales, pues después de dar clic, navegar, pasar el dedo y dar me gusta, todo lo que nos queda es el evidente y vacío resultado del tiempo perdido en la aplicación”. El autor analiza las crecientes controversias en torno a las redes sociales, desde las noticias falsas, los memes virales tóxicos y la adicción en línea hasta el auge del selfi. «Se dibuja [el selfi] como un reclamo de socialización en el que supuestamente subo una foto mía para interactuar con mi entorno, pero lo cierto es que es un acto narcisista e individual”, recalca Espuny.

Los focos también están puestos en los centennials, la nueva generación que ingresará en los próximos años al mercado laboral. Según el último estudio de Bank Of América, Gen Z: The most disruptive generation ever, la generación Z (nacidos entre 1996 y 2016) prefiere las ciudades a los campos por el acceso a Internet, siente la necesidad y presión de estar siempre conectada, tiene al menos tres redes sociales y el 40% prefiere interactuar con sus amigos de forma virtual, y no en persona. “Para ellos [los Centennials] no tiene sentido tener experiencias sin compartirlas y esto genera tecnoadiccióntecnoansiedad y tecnofatiga pues estar pendiente de la vida virtual de manera continuada puede ser hasta más demandante que el mundo exterior”, sugiere González.

Con el rumbo digital que está tomando el mundo, ¿aumentarán los riesgos de caer en la hiperconectividad y huir así de las relaciones personales y sociales, necesarias para el desarrollo personal? “Esta hiperconectividad debe llevarnos a reflexionar. No creo que la solución esté en apartarnos y demonizar la tecnología, pues su uso es beneficioso para el ser humano, pero sí a optar por un consumo más responsable y menos invasivo en nuestras vidas. Buscaremos cada vez más la desconexión digital, los ayunos tecnológicos y desintoxicaciones digitales”, prevé González.

Así, el concepto de hiperconectividad no necesariamente es lo que la industria digital ha vendido a través de lo que muchos denominan el capitalismo de plataformas, pues lejos del colectivismo, cada día se tiende más al individualismo, al aislamiento y al exceso de atención que demanda el mundo virtual. Por eso, Espuny se hace la misma pregunta, una y otra vez: «¿De verdad podemos hablar de hiperconectividad?”

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