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“Sonríe, que va para redes”. Los costes (o beneficios) de grabarlo todo

Grabar forma parte de la eterna lucha de la memoria contra el olvido. Ahora, para combatirla, hemos creado Instagram y los teléfonos inteligentes mientras psicólogos y sociólogos analizan su utilidad.

La gran nevada que cae en tu ciudad por primera vez en décadas. Una pedida de mano. Un crimen. Las vacaciones en la playa. Lo grabamos casi todo desde que nos dimos cuenta que no podíamos archivar todos los recuerdos en nuestras cabezas, cual computadora en un disco duro o nube, y construimos dispositivos que permitieran el almacenamiento fotográfico y videográfico de ciertos momentos de nuestras vidas. Poco a poco las redes sociales han integrado nuevas funciones para incentivar a sus usuarios a retratar más y más momentos de sus vidas. ¿Hasta que punto es bueno y sano y cuando empieza a ser excesivo y perjudicial? No hay consenso entre los expertos. Hay quienes sugieren que existe una razón por la que quizás no podemos recordarlo todo: tal vez no nos conviene, ni nos hace bien. En cambio, otros sugieren que la posibilidad digital de retratar los momentos permite disfrutarlos más y que es beneficioso que nos apoyemos en herramientas externas para rememorar vivencias internas.

Para Marta Espuny Contreras, socióloga y analista digital, grabarlo todo puede ser excesivo y todo radica en la evolución y sofisticación de las redes sociales. “Son las que nos empujan a vivir de esta manera. Pensad que vivimos en la economía de la atención, donde las redes sociales buscan que pasemos el mayor tiempo posible en ellas para eso necesitan que creamos que debemos grabar cada momento, como un cielo bonito o un concierto, porque hemos asumido de forma acrítica ese imperativo, esa tendencia dependiente del teléfono hasta el punto que, si no grabamos esa experiencia, puede desaparecer”, apunta la experta. ¿Que si es bueno o malo? Espuny no se inclina por ninguna opción. Todo depende. «Yo veo dos cuestiones primordiales: primero, ¿cuánto tiempo de ese momento especial me ocupa el hecho de grabarlo? Y segundo, ¿para qué necesito grabarlo?”.

Antonio Tenorio, sociólogo, profesor y ensayista, cree tener las respuestas. “Sugiero tomar distancia de la visión dicotómica, binaria, en la que o se disfrutaba de la fiesta o se graba la fiesta. La posibilidad de que una persona se desdoble y construya su experiencia del momento sobre ambas acciones me parece que es una de las puertas perceptivas y multiplicación de la experiencia que abre la era digital”. Entonces, ¿es necesario grabar la fiesta? El sociólogo sugiere que la mera grabación es una acción en sí misma que “será incorporada al recuerdo de lo vivido mientras sea grabada”. En otras palabras, no necesariamente se deja de “vivir el momento” por el simple hecho de grabarlo. Al contrario, según Tenorio, se refuerza el recuerdo.

Los sociólogos, sin embargo, coinciden en que siempre es importante prestar atención a qué momentos de nuestras vidas guardamos en los teléfonos móviles. Suele suceder que aquello que grabamos está destinado a quedarse archivado en nuestra galería —y por consiguiente en la de Apple, Google y Amazon. Otras veces, compartimos esos vídeos en las redes o servicios de mensajería instantánea como WhatsApp y Telegram. La clave está en cuestionar qué grabamos, por qué y para qué lo utilizaremos. “Al cuestionarnos la utilidad de lo grabado y su posterior utilización, haremos un uso más consciente y controlado. Ganaremos soberanía y autonomía tecnológica”, resalta Espuny. Y es que algunas veces grabarlo todo puede ser necesario. El vídeo de civiles documentando la muerte de George Floyd a manos de la policía estadounidense es prueba de ello. Pero en otras ocaciones, el exceso de documentación sí que puede ser perjudicial… sobre todo para la memoria.

Memoria y ficción versus el móvil y la documentación

El proceso de memorización y recuerdo de vivencias en los seres humanos es complejo y casi nunca es fiel. “A la hora de memorizar y recordar también influyen otras variables como la comprensión, el procesamiento y el razonamiento de la información o la creatividad y las emociones sentidas por la persona en aquel momento. Por esa razón, podría modificarse el recuerdo fiel y real por otro ligeramente cambiado con ficciones y adaptado a las variables mencionadas”, explica el psicólogo, investigador y experto en tecnología Celestino González-Fernández. El experto cita los estudios de la psicóloga estadounidense Elisabeth Loftus quien demostró que es posible «introducir» falsos recuerdos en la memoria a través de la sugestión.

Así, hay consenso científico en que los recuerdos funcionan más como una forma de autodefinición emocional —que puede ser ficticia— que como un vínculo a la verdad de los hechos. Esta “ficción” dentro de la memoria muchas veces suele llevarnos a creer que somos mejores personas, que tenemos más razón o que hacemos las cosas mejor que otros. Es el llamado concepto de disonancia cognitiva y suele ser beneficioso. “Este concepto de Leon Festinger sugiere que cuando tenemos un conflicto entre dos pensamientos, recuerdos o comportamientos marcados por nuestro sistema de creencias, ideas o emociones, tendemos a justificar la decisión final por el equilibrio de nuestra salud mental. En el caso de nuestros recuerdos podríamos asumir ciertas ficciones que no se ajustan a lo que ha ocurrido y así sentirnos mejor en nuestra psique interna en vez de asumir la responsabilidad de lo ocurrido”, explica González-Fernández.

¿Qué sucede entonces cuando lo grabamos todo? ¿Acabamos con aquella ficción beneficiosa para la psique interna? González-Fernández asiente. “Tendemos en cierta manera al autoengaño por nuestra salud mental y a veces recordamos de manera más benévola a nuestros intereses en vez de cómo ocurrió. Nos vemos y recordamos en cierta manera mejor de lo que somos, hemos hecho o de nuestras propias capacidades”, recalca el psicólogo.

Tenorio, sin embargo, lo ve de otra manera. El sociólogo sostiene que la memoria no es solo lo que sucedió sino lo que “nos sucedió”. Y esto incluye el momento de grabar y registrar aquel momento. “Por eso no me parece que haya que considerar que, a priori, la grabación sustituya o siquiera desplace a eso que llamamos memoria, porque entonces nos encaminamos sin remedio a un callejón sin salida en el que solo lo que está inscrito en el interior (los recuerdos) debe ser considerado con no falsificado”, apunta.

Grabar forma parte de la eterna lucha de la memoria contra el olvido. Ahora, para combatirla, hemos creado Instagram y teléfonos inteligentes con cámaras sofisticadas que, en segundos, pueden ser activados por los usuarios para documentar algo, lo que sea. Y luego, en segundos, compartirlo con el mundo, con cualquiera. ¿Debe haber un límite para no grabarlo todo y salvaguardar las ficciones beneficiosas de la memoria? Ahora, quizás, solo el móvil tenga la respuesta: el límite nace cuando se llena la memoria del dispositivo.

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